En 2011, el kayakista profesional Rafa Ortiz se propuso un reto ambicioso y muy loco: recorrer las cataratas del Niágara y saltar sus 45 metros de desnivel. La última persona que lo probó fue Jessie Sharp en 1990: nunca se recuperó su cuerpo y su kayak fue recogido cientos de metros más abajo; la canoa presentaba un golpe que indicaba que había chocado contra las rocas.
Dos décadas después, las rocas seguían representando el mayor peligro para Ortiz. Después de tres años de entrenamiento para el salto y tras estudiar profundamente las cataratas, Rafa estaba convencido de que hay poca profundidad en la zona del salto, porque la cascada va erosionando las rocas y estas se instalan debajo del salto.
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